Sobre esta cama, estoy sentada observando en frente de mí la mezcla del verde y del azul.
El cielo aquí parece tan sano, tan claro, tan transparente que el gusto del agua.
Me pierdo entre esto y los sentimientos del corazón.
En la montaña más alta todavía queda algo de nieve. Es espectacular y sencillo al mismo tiempo.
Hoy es el jueves. En mi tierra, mi grupo de cocina tiene clase por la mañana. Mi madre no trabaja.
Normalmente, estoy en casa haciendo los deberes de mi clase de español para el próximo sábado.
Echo de menos algunas sensaciones. Esto es sobrevivir en la tierra de los demás.
Echo de menos ver la cara de mi mama de frente, resulta que en una foto es siempre fatal acordarse de los más queridos.
Me faltan las calles de los barrios de Argel. Me faltan los helados empalagosos que tomaba siempre con mis amigos.
Me falta el olor del café amargo de mi madre al levantarme por la mañana.
El olor de la soledad es hediondo. ¡Qué áspero es escribir sobre lo que no es a nuestro lado!
Entre los recuerdos, y los descubrimientos de otras formas de vida que por lo tanto no me sorprende mucho, intento en un silencio ardiente entrar en la profundidad punzante de lo que tengo a mi alrededor.
Me acuerdo de las últimas palabras que dije en mi clase de español explicando que quería ir de aquel país lo antes posible. Esto me hace sonreír, y no quiero volver a leer lo que estoy escribiendo porque sin ninguna duda encontraré muchos párrafos en los que digo: “echo de menos lo que dejé allí.”
La vida aquí es muy extraña; el tiempo es blando por la mañana y duro por la noche, es luminoso cuando estas ocupado y oscuro cuando estas mirando los demás en un hueco que te hacen los arboles o a veces las piedras al sentarte fuera por las tardes.
Los sentimientos son entre crujientes por la experiencia y rancios por la diferencia. Y entre el uno y el otro, sientes que tu vida es como una cortina de una ventana polvorienta que no has abierto desde hace mucho tiempo.
Para suavizar mis faltas tan espesas, decidí poner en un papel un calendario de los días que me quedan fuera, fuera de mi mundo, de mi casa, de mis amigos, de todo lo que había dejado con lo bueno y lo malo.
El cielo aquí parece tan sano, tan claro, tan transparente que el gusto del agua.
Me pierdo entre esto y los sentimientos del corazón.
En la montaña más alta todavía queda algo de nieve. Es espectacular y sencillo al mismo tiempo.
Hoy es el jueves. En mi tierra, mi grupo de cocina tiene clase por la mañana. Mi madre no trabaja.
Normalmente, estoy en casa haciendo los deberes de mi clase de español para el próximo sábado.
Echo de menos algunas sensaciones. Esto es sobrevivir en la tierra de los demás.
Echo de menos ver la cara de mi mama de frente, resulta que en una foto es siempre fatal acordarse de los más queridos.
Me faltan las calles de los barrios de Argel. Me faltan los helados empalagosos que tomaba siempre con mis amigos.
Me falta el olor del café amargo de mi madre al levantarme por la mañana.
El olor de la soledad es hediondo. ¡Qué áspero es escribir sobre lo que no es a nuestro lado!
Entre los recuerdos, y los descubrimientos de otras formas de vida que por lo tanto no me sorprende mucho, intento en un silencio ardiente entrar en la profundidad punzante de lo que tengo a mi alrededor.
Me acuerdo de las últimas palabras que dije en mi clase de español explicando que quería ir de aquel país lo antes posible. Esto me hace sonreír, y no quiero volver a leer lo que estoy escribiendo porque sin ninguna duda encontraré muchos párrafos en los que digo: “echo de menos lo que dejé allí.”
La vida aquí es muy extraña; el tiempo es blando por la mañana y duro por la noche, es luminoso cuando estas ocupado y oscuro cuando estas mirando los demás en un hueco que te hacen los arboles o a veces las piedras al sentarte fuera por las tardes.
Los sentimientos son entre crujientes por la experiencia y rancios por la diferencia. Y entre el uno y el otro, sientes que tu vida es como una cortina de una ventana polvorienta que no has abierto desde hace mucho tiempo.
Para suavizar mis faltas tan espesas, decidí poner en un papel un calendario de los días que me quedan fuera, fuera de mi mundo, de mi casa, de mis amigos, de todo lo que había dejado con lo bueno y lo malo.
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